La Estación de la Hoja Caída traía consigo un sinfín de preparativos para todos los clanes, pero para Arrendajo Sereno era una época especialmente intensa. Con el frío y la humedad que dominaban el territorio del Clan de la Sombra, tenía poco tiempo para recolectar las plantas necesarias antes de que el clima las arruinara. Sabía que las próximas dos (tres, si es que el tiempo estaba de su parte) lunas serían cruciales para asegurar que su clan estuviera bien abastecido para la llegada de la Estación Sin Hojas, y no podía permitirse ningún error.


Aun así, había una parte de él que encontraba calma en esta rutina. La idea de enfrentarse a unos preparativos tan grandes como estos en soledad era amenazadora, pero también confiaba en sus propias capacidades y el escrutinio del Clan Estelar. Se preguntaba qué tendría preparado para los clanes, que ahora se enfrentarían a las épocas más frías del año con un frescor en sus filas. Nuevos líderes, nuevos lugartenientes y menos curanderos. Ahora más que nunca precisaban de su guía y liderazgo.


Cuando llegó al Sendero Atronador, límite entre su clan y el de las Rocas Altas, encontró a Enebro, curandero del Clan del Viento, esperándolo. Tras intercambiar un saludo breve, pero cálido, ambos continuaron su marcha. La conversación fue ligera, marcada por la camaradería habitual entre curanderos. Sin importar la relación entre clanes, los curanderos jamás debían verse afectados por ello.


Poco después llegaron las curanderas del Clan del Trueno y el Clan del Río, con quienes también compartieron una amena charla. Sin embargo, prontamente tuvieron que volver a emprender la marcha, pues la luna amenazaba con alzarse en cualquier momento. Una vez próximos a la Boca Materna, Arrendajo Sereno sintió cómo la atmósfera cambiaba lentamente, la ligereza de la charla dando paso a una seriedad que siempre acompañaba estos encuentros. Con cada paso que daba hacia la entrada, el aire se volvía más pesado.


Inhaló profundamente, dejando que el aire fresco y puro de la Estación de la Hoja Caída llenara sus pulmones. No había olor a clanes, ni rastro de la discordia que a veces teñía sus reuniones. Solo la serenidad de la naturaleza que precedía a las reuniones con sus ancestros.