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Bienvenido,
Ambientación
Estación de la Hoja Caída ⸺ 19°C a 10°C
Los colores del paisaje comienzan a volverse anaranjados y marrones, y las hojas de los árboles comienzan a desprenderse de las ramas, cayendo sobre los territorios del bosque. Los guerreros se ponen más malhumorados de lo normal cuando sienten las frías brisas recorrer sus espinas, con la premisa de una estación más dura que la anterior. Incluso los Cuatro Árboles, que usualmente imponen respeto, ahora lentamente dejan caer sus hojas ante la mirada del Clan Estelar, quien está seguro que esta estación será dura para sus clanes, pero nada fuera de lo normal.Se abren las inscripciones a los Altos Cargos
El Otoño ha llegado
¡Apertura! Sean bienvenidos
No hay nada nuevo por aquí
Plateado
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Esta es una historia no canónica en la cronología del rol. Es una historia que cuenta lo que sucedió en un bosque distinto, aunque muy similar al que conocemos, donde Plateado el solitario, halló finalmente un hogar y una familia en el clan que tanto había buscado. está abierto a que todo aquel que desee escuchar la historia o unirse de alguna forma responda
El sol brillaba pálido detrás de las grises nubes, que cubrían el cielo mientras una fina nieve caía sobre los campos. Faltaba otra luna para la llegada de la hoja nueva, y hasta entonces los verdes prados y el aroma de las flores serían tan solo un sueño lejano.
Un gato de pelaje gris espeso se estiraba bajo un arbusto deshojado que la nieve había convertido en una pequeña caverna, levemente protegida del frío y cercana a la entrada del campamento. Plateado ya había salido a cazar temprano, a pesar del clima y de tener más lunas que algunos de los otros veteranos. El viejo gato se aferraba con fuerza a su lugar como guerrero, y solo por orden directa del líder había aceptado reducir la frecuencia de sus patrullas durante las nevadas. Las palabras de su líder —"Demasiado gris, demasiado viejo; si te perdieras ahí afuera, no te encontraríamos hasta la hoja nueva" —habían hecho el trabajo para mantener al viejo gato fuera de peligros.
Plateado suspiró mientras se arreglaba el pelaje con cuidado, recordando su juventud, cuando la gran Estrella Quebrada lo recibió al llegar al bosque, con un corte en la oreja. "Claro que en ese tiempo le llamaban Zarpa Quebrada" pensó, con una sonrisa nostálgica al recordar a su vieja amiga del Clan del Trueno.
Pero sus pensamientos se interrumpieron al notar un movimiento inquieto en la maternidad. Levantó una ceja, curioso al ver a una de las reinas acercándose hacia él, seguida de cerca por sus cachorros. La misma que apenas unas estaciones atrás, le había jurado que jamás confiaría en un "mestizo" como él. Pero incluso los gatos más tercos estaban dispuestos a dar una pata a torcer en esa estación sin hojas tan particularmente fría.
La gata no lo miró directamente, pero maulló un saludo seco junto con una pequeña excusa entre dientes: "El viento cambió, la nieve está entrando a la maternidad, y mis hijos necesitan un lecho seco." Plateado asintió, cediéndole su lecho sin emitir queja alguna y se recostó en una esquina más profunda de la guarida, aunque sus huesos resintieran el frío. Sabía cuánto una madre podría hacer para ver a sus pequeños bien, y aunque la gata no fuera de su agrado, sus cachorros no debían sufrir por eso. Por ellos valía la pena respetar el código.
La gata se acomodó en el cálido lecho de musgo y plumas, las favoritas de Plateado; quizás no confiara en el mestizo, pero debía reconocer que el viejo gato era bueno armando lechos cómodos, al menos tenía que concederle esa pequeña victoria. Se acomodó con elegancia mientras envolvía con su cola a sus pequeños tesoros, que no debían superar las tres o cuatro lunas.
Plateado la observó en silencio, tras lo cual su mirada se fijó en los cachorros. Eran tres: dos compartían el color de la madre, pero el tercero tenía un tono mucho más rojizo, le recordaba a otro de los guerreros del clan, aunque el del pequeño era más vibrante de lo usual. Hecho que al parecer, sus hermanos también notaban y, sin darse cuenta, se mantenían un poco más alejados de él. Aquella escena hizo que el viejo gato recordara su propia juventud.
No pasó mucho antes de que la madre se durmiera, pero esas criaturitas, habidas de conocer y obligadas a esperar confinadas en su prisión de nieve, eran otro tema.
Ya se habían librado del agarre de su madre y ahora exploraban el espacio alrededor de los gatos con la curiosidad propia de la juventud.
Plateado se incorporó ligeramente, con una leve sonrisa en la comisura de sus labios, y les susurró una advertencia en tono misterioso: "Yo que ustedes no me acercaría tanto a esa zona. Oculto por ahí, está uno de los túneles más antiguos de los tuneleros."
Los pequeños se giraron a verlo con una mezcla de curiosidad y duda, y, atraídos por sus palabras, comenzaron a acercarse en su dirección.
Plateado miró más allá de la guarida, donde la nieve parecía seguir cayendo. Sería un día largo, y al menos así podría ser de ayuda al clan. Se aclaró la garganta y les hizo una señal con la cola para que se sentaran. Luego, con un tono tranquilo y sereno, habló: "¿Ustedes parecen curiosos? ¿Quieren que les cuente la historia? Acérquense y les contaré sobre el primer túnel y el primer tunelero."
El sol brillaba pálido detrás de las grises nubes, que cubrían el cielo mientras una fina nieve caía sobre los campos. Faltaba otra luna para la llegada de la hoja nueva, y hasta entonces los verdes prados y el aroma de las flores serían tan solo un sueño lejano.
Un gato de pelaje gris espeso se estiraba bajo un arbusto deshojado que la nieve había convertido en una pequeña caverna, levemente protegida del frío y cercana a la entrada del campamento. Plateado ya había salido a cazar temprano, a pesar del clima y de tener más lunas que algunos de los otros veteranos. El viejo gato se aferraba con fuerza a su lugar como guerrero, y solo por orden directa del líder había aceptado reducir la frecuencia de sus patrullas durante las nevadas. Las palabras de su líder —"Demasiado gris, demasiado viejo; si te perdieras ahí afuera, no te encontraríamos hasta la hoja nueva" —habían hecho el trabajo para mantener al viejo gato fuera de peligros.
Plateado suspiró mientras se arreglaba el pelaje con cuidado, recordando su juventud, cuando la gran Estrella Quebrada lo recibió al llegar al bosque, con un corte en la oreja. "Claro que en ese tiempo le llamaban Zarpa Quebrada" pensó, con una sonrisa nostálgica al recordar a su vieja amiga del Clan del Trueno.
Pero sus pensamientos se interrumpieron al notar un movimiento inquieto en la maternidad. Levantó una ceja, curioso al ver a una de las reinas acercándose hacia él, seguida de cerca por sus cachorros. La misma que apenas unas estaciones atrás, le había jurado que jamás confiaría en un "mestizo" como él. Pero incluso los gatos más tercos estaban dispuestos a dar una pata a torcer en esa estación sin hojas tan particularmente fría.
La gata no lo miró directamente, pero maulló un saludo seco junto con una pequeña excusa entre dientes: "El viento cambió, la nieve está entrando a la maternidad, y mis hijos necesitan un lecho seco." Plateado asintió, cediéndole su lecho sin emitir queja alguna y se recostó en una esquina más profunda de la guarida, aunque sus huesos resintieran el frío. Sabía cuánto una madre podría hacer para ver a sus pequeños bien, y aunque la gata no fuera de su agrado, sus cachorros no debían sufrir por eso. Por ellos valía la pena respetar el código.
La gata se acomodó en el cálido lecho de musgo y plumas, las favoritas de Plateado; quizás no confiara en el mestizo, pero debía reconocer que el viejo gato era bueno armando lechos cómodos, al menos tenía que concederle esa pequeña victoria. Se acomodó con elegancia mientras envolvía con su cola a sus pequeños tesoros, que no debían superar las tres o cuatro lunas.
Plateado la observó en silencio, tras lo cual su mirada se fijó en los cachorros. Eran tres: dos compartían el color de la madre, pero el tercero tenía un tono mucho más rojizo, le recordaba a otro de los guerreros del clan, aunque el del pequeño era más vibrante de lo usual. Hecho que al parecer, sus hermanos también notaban y, sin darse cuenta, se mantenían un poco más alejados de él. Aquella escena hizo que el viejo gato recordara su propia juventud.
No pasó mucho antes de que la madre se durmiera, pero esas criaturitas, habidas de conocer y obligadas a esperar confinadas en su prisión de nieve, eran otro tema.
Ya se habían librado del agarre de su madre y ahora exploraban el espacio alrededor de los gatos con la curiosidad propia de la juventud.
Plateado se incorporó ligeramente, con una leve sonrisa en la comisura de sus labios, y les susurró una advertencia en tono misterioso: "Yo que ustedes no me acercaría tanto a esa zona. Oculto por ahí, está uno de los túneles más antiguos de los tuneleros."
Los pequeños se giraron a verlo con una mezcla de curiosidad y duda, y, atraídos por sus palabras, comenzaron a acercarse en su dirección.
Plateado miró más allá de la guarida, donde la nieve parecía seguir cayendo. Sería un día largo, y al menos así podría ser de ayuda al clan. Se aclaró la garganta y les hizo una señal con la cola para que se sentaran. Luego, con un tono tranquilo y sereno, habló: "¿Ustedes parecen curiosos? ¿Quieren que les cuente la historia? Acérquense y les contaré sobre el primer túnel y el primer tunelero."
Plateado
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Los pequeños se acercaron aún más, sentándose a poca distancia del viejo gato, con los ojos abiertos y brillantes de ilusión, expectantes de escuchar su historia.
Plateado prosiguió con voz calmada:
—Claro que "Tunelero" es un nombre viejo. Hoy en día, ningún gato del Clan del Viento que se precie usaría esa expresión para referirse a nuestros honorables excavadores —añadió con un ronroneo risueño, casi como si estuviera compartiendo un secreto antiguo a los pequeños. —Pero esta es una historia antigua, de hace muchísimas lunas, tantas que en esos tiempos, muchos guerreros que ahora están en el Manto Plateado ni siquiera habían nacido… mucho menos yo, claro está.
Hizo una pausa, evaluando a su pequeño público. Normalmente, Plateado evitaba ser el centro de atención, pero con los cachorros era distinto. En sus ojos no existían celos ni prejuicios, sino un interés puro por conocer lo que les rodeaba. Y eso era algo que él les podía dar.
Tomó aire y, mirándolos con cariño, continuó con un suspiro:
—Bien... hace mucho, mucho tiempo, aquí mismo en el Clan del Viento, existió un aprendiz llamado Zarpa Terrosa.
Dio especial énfasis a ese nombre y continuó:
—Desde su primer respiro, los otros gatos del clan lo miraron con recelo, porque no se parecía en nada a ellos. Su pelaje era corto y marrón, como la tierra húmeda después de la lluvia. Sus patas gruesas y torpes, y poco o nada tenia en común con sus compañeros, que presumían pelajes de tonos delicados y cuerpos veloces.
Uno de los cachorros inclinó la cabeza, preguntando con inocente curiosidad:
—¿Por qué era tan diferente?
Plateado sonrió casi como si esperara la pregunta, y respondio:
—Bueno... eso siempre fue un misterio. Algunos decían que Zarpa Terrosa era hijo de un solitario; otros susurraban que el Clan de la Sombra lo había dejado aquí para espiarnos.
Los pequeños intercambiaron miradas intrigadas, pero antes de que pudieran decir algo, el viejo gato continuó:
—Sea como sea... Zarpa Terrosa tenía muchas dificultades para cazar. Cada vez que intentaba ser sigiloso, sus gruesas patas aplastaban las hojas y ramas, y sus presas huían en un pispás. —Plateado hizo una pausa, evocando para si mismo, sin quererlo, sentimientos de su juventud —Sus compañeros se burlaban de él: "¿Cómo va a ser un guerrero alguien que pisa como tejón?" Zarpa Terrosa sentía arder su pelaje de vergüenza, sin comprender por qué había nacido tan diferente.
Recordando su propia juventud y los desafíos que él mismo había enfrentado, cada presa perdida y cada prueba a superar, Plateado tomó aire, dejando esas memorias a un lado. Este no era el momento para pensar en ellas, sino para continuar la historia.
—Pero el Clan Estelar es sabio y sabe cómo acomodar cada pieza en su lugar —dijo con resolución, mirando a los cachorros, que lo observaban expectantes.
Plateado prosiguió con voz calmada:
—Claro que "Tunelero" es un nombre viejo. Hoy en día, ningún gato del Clan del Viento que se precie usaría esa expresión para referirse a nuestros honorables excavadores —añadió con un ronroneo risueño, casi como si estuviera compartiendo un secreto antiguo a los pequeños. —Pero esta es una historia antigua, de hace muchísimas lunas, tantas que en esos tiempos, muchos guerreros que ahora están en el Manto Plateado ni siquiera habían nacido… mucho menos yo, claro está.
Hizo una pausa, evaluando a su pequeño público. Normalmente, Plateado evitaba ser el centro de atención, pero con los cachorros era distinto. En sus ojos no existían celos ni prejuicios, sino un interés puro por conocer lo que les rodeaba. Y eso era algo que él les podía dar.
Tomó aire y, mirándolos con cariño, continuó con un suspiro:
—Bien... hace mucho, mucho tiempo, aquí mismo en el Clan del Viento, existió un aprendiz llamado Zarpa Terrosa.
Dio especial énfasis a ese nombre y continuó:
—Desde su primer respiro, los otros gatos del clan lo miraron con recelo, porque no se parecía en nada a ellos. Su pelaje era corto y marrón, como la tierra húmeda después de la lluvia. Sus patas gruesas y torpes, y poco o nada tenia en común con sus compañeros, que presumían pelajes de tonos delicados y cuerpos veloces.
Uno de los cachorros inclinó la cabeza, preguntando con inocente curiosidad:
—¿Por qué era tan diferente?
Plateado sonrió casi como si esperara la pregunta, y respondio:
—Bueno... eso siempre fue un misterio. Algunos decían que Zarpa Terrosa era hijo de un solitario; otros susurraban que el Clan de la Sombra lo había dejado aquí para espiarnos.
Los pequeños intercambiaron miradas intrigadas, pero antes de que pudieran decir algo, el viejo gato continuó:
—Sea como sea... Zarpa Terrosa tenía muchas dificultades para cazar. Cada vez que intentaba ser sigiloso, sus gruesas patas aplastaban las hojas y ramas, y sus presas huían en un pispás. —Plateado hizo una pausa, evocando para si mismo, sin quererlo, sentimientos de su juventud —Sus compañeros se burlaban de él: "¿Cómo va a ser un guerrero alguien que pisa como tejón?" Zarpa Terrosa sentía arder su pelaje de vergüenza, sin comprender por qué había nacido tan diferente.
Recordando su propia juventud y los desafíos que él mismo había enfrentado, cada presa perdida y cada prueba a superar, Plateado tomó aire, dejando esas memorias a un lado. Este no era el momento para pensar en ellas, sino para continuar la historia.
—Pero el Clan Estelar es sabio y sabe cómo acomodar cada pieza en su lugar —dijo con resolución, mirando a los cachorros, que lo observaban expectantes.
Plateado
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Plateado hizo otra pausa, un poco más larga mirando a los cachorros, que lo observaban expectantes. —Un día, mientras Zarpa Terrosa vagaba lejos, practicando en silencio, una gran tormenta cayó sobre nuestro clan. —Su voz adoptó un tono más serio. —Los relámpagos desgarraban el cielo, y los truenos hacían temblar el suelo. Nuestro querido campamento, que estaba en el mismo barranco que ahora, quedó rodeado de agua, piedras y barro. El agua subía rápidamente, y una gran roca tapó la única salida.
Los cachorros lo miraban absortos. Plateado notaba la tensión en sus ojos y se sintió tentado a sonreír, pero mantuvo la seriedad mientras continuaba.
—Uno a uno, los guerreros intentaron excavar. Pero no importaba cuán veloces fueran o cuán delgados sus cuerpos para escurrirse entre las ramas, todos y cada uno eran arrastrados por el lodazal. Todos maullaron pidiendo al Clan Estelar ayuda, pero no fue del manto plateado que escucharon su respuesta… no —se detuvo un instante, viendo cómo los cachorros se inclinaban hacia él. —Desde el otro lado de la entrada, una voz conocida habló: "¡Dejadme a mí!" Era Zarpa Terrosa!
Los pequeños parecían contener el aliento y Plateado prosiguió:
—Primero, removió la tierra, luego el barro y finalmente las rocas. Excavó y excavó. Con sus patas cortas podía empujar con una fuerza que ningún otro gato poseía. Aquellas mismas patas que tanto habían criticado fueron las únicas capaces de mover las pesadas rocas y el barro.
Plateado se irguió con orgullo al describir el acto heroico y su voz tomó un tono más profundo:
—Pero Zarpa Terrosa no se detuvo. Incluso cuando la entrada se abrió lo suficiente para que sus compañeros pudieran salir, él continuó. Excavó y excavó, hasta que el agua comenzó a drenarse y, al final, un túnel profundo quedó tras él.
—Dicen algunos que por una luna entera no se detuvo, y cuando lo hizo, había dejado suficientes túneles para que ningún otro gato del Clan del Viento volviera a quedar atrapado jamás.
Al ver los rostros asombrados de los cachorros, Plateado sonrió y, con un tono paternal, concluyó:
—Al salir, ya no era ese gato torpe que “pisaba como tejón”. Ahora era el guerrero que había salvado al clan. Y desde entonces, no solo fue respetado, sino querido. Cada vez que alguien empezaba a hablar de la apariencia de un gato, todos recordaban su historia. Porque aprendieron que lo que realmente importa de un gato no es cómo se ve ni que cosas no pueda hacer, lo importante, es lo que es capaz de hacer con lo que tiene. La valentía, el coraje y el corazón son los verdaderos dones, regalos del Clan Estelar que todos llevamos dentro.
Los pequeños escuchaban en silencio, inspirados, y el de pelaje más rojizo de los tres, con la voz llena de admiración, peguntó en un susurro:
—Entonces… Zarpa Terrosa se volvió un gran guerrero, ¿verdad?
Plateado asintió, mirando a los cachorros con ternura.
—Sí, pequeño. A su manera, y con lo que tenía. Aprendió que, si el Clan Estelar te da unas cualidades únicas, es porque esas cualidades te harán falta algún día. Y que ser diferente puede ser tu mayor fortaleza.
—El viejo gato hizo una pausa, sumido por un instante en el recuerdo de su madre, quien le había contado esa misma historia en el granero donde nació hace tantas lunas. Con un suspiro final, cerró su relato:
—es por esta historia, que cuenta la leyenda entre los excavadores que, si te pierdes en los túneles o cavas lo suficientemente profundo, incluso hoy, puedes escuchar los maullidos de Zarpa Terrosa, guiando a sus aprendices de nuevo a la superficie.
Los cachorros lo miraban absortos. Plateado notaba la tensión en sus ojos y se sintió tentado a sonreír, pero mantuvo la seriedad mientras continuaba.
—Uno a uno, los guerreros intentaron excavar. Pero no importaba cuán veloces fueran o cuán delgados sus cuerpos para escurrirse entre las ramas, todos y cada uno eran arrastrados por el lodazal. Todos maullaron pidiendo al Clan Estelar ayuda, pero no fue del manto plateado que escucharon su respuesta… no —se detuvo un instante, viendo cómo los cachorros se inclinaban hacia él. —Desde el otro lado de la entrada, una voz conocida habló: "¡Dejadme a mí!" Era Zarpa Terrosa!
Los pequeños parecían contener el aliento y Plateado prosiguió:
—Primero, removió la tierra, luego el barro y finalmente las rocas. Excavó y excavó. Con sus patas cortas podía empujar con una fuerza que ningún otro gato poseía. Aquellas mismas patas que tanto habían criticado fueron las únicas capaces de mover las pesadas rocas y el barro.
Plateado se irguió con orgullo al describir el acto heroico y su voz tomó un tono más profundo:
—Pero Zarpa Terrosa no se detuvo. Incluso cuando la entrada se abrió lo suficiente para que sus compañeros pudieran salir, él continuó. Excavó y excavó, hasta que el agua comenzó a drenarse y, al final, un túnel profundo quedó tras él.
—Dicen algunos que por una luna entera no se detuvo, y cuando lo hizo, había dejado suficientes túneles para que ningún otro gato del Clan del Viento volviera a quedar atrapado jamás.
Al ver los rostros asombrados de los cachorros, Plateado sonrió y, con un tono paternal, concluyó:
—Al salir, ya no era ese gato torpe que “pisaba como tejón”. Ahora era el guerrero que había salvado al clan. Y desde entonces, no solo fue respetado, sino querido. Cada vez que alguien empezaba a hablar de la apariencia de un gato, todos recordaban su historia. Porque aprendieron que lo que realmente importa de un gato no es cómo se ve ni que cosas no pueda hacer, lo importante, es lo que es capaz de hacer con lo que tiene. La valentía, el coraje y el corazón son los verdaderos dones, regalos del Clan Estelar que todos llevamos dentro.
Los pequeños escuchaban en silencio, inspirados, y el de pelaje más rojizo de los tres, con la voz llena de admiración, peguntó en un susurro:
—Entonces… Zarpa Terrosa se volvió un gran guerrero, ¿verdad?
Plateado asintió, mirando a los cachorros con ternura.
—Sí, pequeño. A su manera, y con lo que tenía. Aprendió que, si el Clan Estelar te da unas cualidades únicas, es porque esas cualidades te harán falta algún día. Y que ser diferente puede ser tu mayor fortaleza.
—El viejo gato hizo una pausa, sumido por un instante en el recuerdo de su madre, quien le había contado esa misma historia en el granero donde nació hace tantas lunas. Con un suspiro final, cerró su relato:
—es por esta historia, que cuenta la leyenda entre los excavadores que, si te pierdes en los túneles o cavas lo suficientemente profundo, incluso hoy, puedes escuchar los maullidos de Zarpa Terrosa, guiando a sus aprendices de nuevo a la superficie.