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Bienvenido,
Ambientación
Estación sin Hojas ⸺ -3°C a 9°C
El paisaje de esta estación es más lúgubre de costumbre, todo se encuentra bajo una capa blanca de nieve y escarcha. Las presas son más precavidas de lo normal y se esconden de los guerreros que las necesitan para subsistir en esta dura estación: todo escasea, las presas, las hierbas. El frío se apodera de los largos días pero sobre todo de las largas noches donde los guerreros se acobijan en sus lechos, buscando consuelo entre sus compañeros debido a las bajas temperaturas y largas jornadas de cacería sin éxito.Se postea el resultado del Santa Secreto. Click aquí
El Invierno ha llegado
Se abren las inscripciones a los Altos Cargos
El Otoño ha llegado
¡Apertura! Sean bienvenidos
Plateado
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Moderador
Este es un pequeño relato desde el punto de vista de Destello, el gato gris claro que se convertiría en el Padre de Plateado. Espero lo disfruten, de ser así y veo apoyo, posiblemente traiga una version extendida de su historia.
Recuerdo aquellos días cálidos cuando te conocí, Tormenta Gris. Tu pelaje atigrado, tus ojos curiosos... no reflejaban ni un ápice de miedo, solo esa chispa que siempre te acompañó. Me mirabas con la misma intensidad con la que después me hablarías de los clanes, de un amor imposible, y de la historia de tu familia.
Corazón de Halcón, tu padre, desconfió de mí, claro está. Era un guerrero del Clan del Viento, un gato recio y dispuesto a darlo todo por su familia, con sus propias heridas y dudas. Pero incluso él, en su último aliento, me permitió hacerle una promesa que hasta hoy planeo seguir cumpliendo: jamás te dejaría, y viviría por ti y los nuestros. me pregunto si estaría orgulloso. Espero que sí.
Puedo sentir todavía la calidez del suelo detrás del granero al que nos mudamos. Fue nuestro refugio, un pequeño rincón de tranquilidad donde soñábamos con un futuro. ¿Recuerdas las historias de Torrentera? Tus ojos se iluminaban cuando tu madre hablaba de las glorias del Clan del Trueno, de la lealtad y la fortaleza que lo definían. Cada palabra parecía arraigarse en ti, moldeándote, y al final supongo, también moldeándome a mi.
Y aquella noche estrellada... Esa en la que te declaré mi amor eterno. Tu aceptación me llenó de una alegría que creí irrepetible. Pero lo lograste, el momento en que me diste la noticia de que estabas esperando a nuestros hijos. Si cierro los ojos ahora, todavía puedo ver el orgullo en tu mirada.
Qué nervioso estaba ese día cuando nacieron. Dos nombres, tan simples y tan perfectos: Plateado y Curvado. Al pronunciarlos, sentí un orgullo que no sabía que un solitario podía tener. Eran tan pequeños... Recuerdo temer que se perdieran entre la paja de tu lecho, que el mundo fuera demasiado grande para ellos. Pero tú, siempre fuiste más valiente que yo, les diste ese amor que todo lo abarcaba.
Fue difícil despedir a Torrentera, ¿verdad? Tus lágrimas se mezclaban con las mías cuando la enterré bajo el parche soleado que tanto le gustaba. Nos prometimos que haríamos lo que ella hubiera querido: criar a nuestros hijos con la fuerza y el honor de los clanes. Esa noche, bajo las estrellas, hicimos un juramento: Nuestros hijos tienen sangre de guerreros. Es su derecho formar parte de los clanes también.
Los meses pasaron rápido. Les enseñaste el Código Guerrero con una ternura que nunca supe cómo imitar. Yo les contaba las historias que tú me contaste, tratando de mantener viva esa llama que ardía en tus relatos. Aunque debo admitir... que me costó ser un mentor para enseñarles a luchar y cazar. Ellos lo aprendían más rápido que yo, demasiado rápido. Crecían como el viento entre los campos, imparables, y yo apenas lograba seguirles el ritmo.
Entonces llegó esa tos, un susurro que intentamos ignorar. Lo llamamos cansancio, un susto pasajero. Pero yo conocía los cuentos. Sabía lo que podía significar. Y aun así, me aferré a la esperanza: la promesa de que volveríamos a los clanes como una familia.
Pero el fuego llegó antes de que siquiera pudiéramos intentar. Nunca olvidaré el rugido de las llamas, cómo el aire se llenó de humo y cenizas. Saqué a Curvado y a la pequeña Pino primero; eran los más fáciles de alejar del peligro. Luego volví por ti. Tus ojos, mi amor... los vi por última vez enmarcados por aquel infierno. Quería sacarte, pero sabía que mis fuerzas no durarían. Mi decisión fue Plateado.
Lloré. Pero el calor secó mis lágrimas antes de que pudieran caer. Con las llamas rodeándome, pensé en ti, en nuestros hijos, en las historias que aún tenían que vivir. Si mi promesa era el precio por su futuro, lo pagaría con gusto.
Desperté, el hollín ennegrecía mi pelaje. Intenté levantarme, pero mis patas no respondieron. Allí, con mi último aliento, llamé a Plateado y le di mi último regalo: "Sigue río arriba. Más allá de los Dos Patas y la colina, los cuatro clanes viven. Reclama el lugar que siempre fue tuyo, como guerrero."
Ahora, aun, los observo. Los he seguido, Tormenta Gris. Los vi crecer durante su viaje, enfrentando desafíos que me hubiera gustado poder resolver por ellos. Me pregunto si desde tu lugar en el Manto Plateado puedes verlos también. Plateado está en los territorios de los clanes ahora. Sé que encontrará su lugar, aunque Curvado todavía necesita un poco más de mí.
Quizá no fue como queríamos. Pero, mi amada, aquí estamos de nuevo, con ellos, cerca de los clanes. Algún día, quizá cuando nuestros hijos sean fuertes y su lugar esté asegurado, espero que volvamos a encontrarnos entre las brumas del cielo.
Hasta entonces, seguiré protegiendo a nuestros pequeños.
Recuerdos
Recuerdo aquellos días cálidos cuando te conocí, Tormenta Gris. Tu pelaje atigrado, tus ojos curiosos... no reflejaban ni un ápice de miedo, solo esa chispa que siempre te acompañó. Me mirabas con la misma intensidad con la que después me hablarías de los clanes, de un amor imposible, y de la historia de tu familia.
Corazón de Halcón, tu padre, desconfió de mí, claro está. Era un guerrero del Clan del Viento, un gato recio y dispuesto a darlo todo por su familia, con sus propias heridas y dudas. Pero incluso él, en su último aliento, me permitió hacerle una promesa que hasta hoy planeo seguir cumpliendo: jamás te dejaría, y viviría por ti y los nuestros. me pregunto si estaría orgulloso. Espero que sí.
Puedo sentir todavía la calidez del suelo detrás del granero al que nos mudamos. Fue nuestro refugio, un pequeño rincón de tranquilidad donde soñábamos con un futuro. ¿Recuerdas las historias de Torrentera? Tus ojos se iluminaban cuando tu madre hablaba de las glorias del Clan del Trueno, de la lealtad y la fortaleza que lo definían. Cada palabra parecía arraigarse en ti, moldeándote, y al final supongo, también moldeándome a mi.
Y aquella noche estrellada... Esa en la que te declaré mi amor eterno. Tu aceptación me llenó de una alegría que creí irrepetible. Pero lo lograste, el momento en que me diste la noticia de que estabas esperando a nuestros hijos. Si cierro los ojos ahora, todavía puedo ver el orgullo en tu mirada.
Qué nervioso estaba ese día cuando nacieron. Dos nombres, tan simples y tan perfectos: Plateado y Curvado. Al pronunciarlos, sentí un orgullo que no sabía que un solitario podía tener. Eran tan pequeños... Recuerdo temer que se perdieran entre la paja de tu lecho, que el mundo fuera demasiado grande para ellos. Pero tú, siempre fuiste más valiente que yo, les diste ese amor que todo lo abarcaba.
Fue difícil despedir a Torrentera, ¿verdad? Tus lágrimas se mezclaban con las mías cuando la enterré bajo el parche soleado que tanto le gustaba. Nos prometimos que haríamos lo que ella hubiera querido: criar a nuestros hijos con la fuerza y el honor de los clanes. Esa noche, bajo las estrellas, hicimos un juramento: Nuestros hijos tienen sangre de guerreros. Es su derecho formar parte de los clanes también.
Los meses pasaron rápido. Les enseñaste el Código Guerrero con una ternura que nunca supe cómo imitar. Yo les contaba las historias que tú me contaste, tratando de mantener viva esa llama que ardía en tus relatos. Aunque debo admitir... que me costó ser un mentor para enseñarles a luchar y cazar. Ellos lo aprendían más rápido que yo, demasiado rápido. Crecían como el viento entre los campos, imparables, y yo apenas lograba seguirles el ritmo.
Entonces llegó esa tos, un susurro que intentamos ignorar. Lo llamamos cansancio, un susto pasajero. Pero yo conocía los cuentos. Sabía lo que podía significar. Y aun así, me aferré a la esperanza: la promesa de que volveríamos a los clanes como una familia.
Pero el fuego llegó antes de que siquiera pudiéramos intentar. Nunca olvidaré el rugido de las llamas, cómo el aire se llenó de humo y cenizas. Saqué a Curvado y a la pequeña Pino primero; eran los más fáciles de alejar del peligro. Luego volví por ti. Tus ojos, mi amor... los vi por última vez enmarcados por aquel infierno. Quería sacarte, pero sabía que mis fuerzas no durarían. Mi decisión fue Plateado.
Lloré. Pero el calor secó mis lágrimas antes de que pudieran caer. Con las llamas rodeándome, pensé en ti, en nuestros hijos, en las historias que aún tenían que vivir. Si mi promesa era el precio por su futuro, lo pagaría con gusto.
Desperté, el hollín ennegrecía mi pelaje. Intenté levantarme, pero mis patas no respondieron. Allí, con mi último aliento, llamé a Plateado y le di mi último regalo: "Sigue río arriba. Más allá de los Dos Patas y la colina, los cuatro clanes viven. Reclama el lugar que siempre fue tuyo, como guerrero."
Ahora, aun, los observo. Los he seguido, Tormenta Gris. Los vi crecer durante su viaje, enfrentando desafíos que me hubiera gustado poder resolver por ellos. Me pregunto si desde tu lugar en el Manto Plateado puedes verlos también. Plateado está en los territorios de los clanes ahora. Sé que encontrará su lugar, aunque Curvado todavía necesita un poco más de mí.
Quizá no fue como queríamos. Pero, mi amada, aquí estamos de nuevo, con ellos, cerca de los clanes. Algún día, quizá cuando nuestros hijos sean fuertes y su lugar esté asegurado, espero que volvamos a encontrarnos entre las brumas del cielo.
Hasta entonces, seguiré protegiendo a nuestros pequeños.